Solsticio de verano quemando su bruja desde el campanario


Los ritos en torno a la noche de San Juan son incontables en Andalucía. Cada una de estas celebraciones está provista de su correspondiente particularidad asumiendo la idiosincrasia de cada municipio en una mezcla de elementos ancestrales con otros de reciente cuño.


Todo ello con el fin de enriquecer una fiesta enraizada en creencias paganas de origen secular apegadas más a lo terrenal que a lo trascendente, entre lo mágico y el imaginario del rico acervo popular andaluz. Uno de los casos más significativos que ejemplifican la armónica convivencia entre lo antiguo y lo nuevo es Alcalá la Real.

El municipio fronterizo entre las provincia de Jaén y Granada ha logrado enriquecer la Noche de San Juan añadiendo una pieza más al engranaje festivo que cada año se celebra en un recóndito espacio enclavado a los pies de la Fortaleza de la Mota.

Durante la víspera de la noche de las brujas, la imagen del santo desfila por las callejuelas del barrio que lleva su nombre en medio de la verbena y con un tradicional ponche con vino del terreno para mitigar las elevadas temperaturas.

Es con la llegada del ocaso cuando entre las sombras de la hoguera comienza a perfilarse una mayor presencia de vecinos y visitantes en la placeta esperando la medianoche para contemplar la Quema de la Bruja descendiendo lentamente desde el campanario de la iglesia hacia su desaparición para ser devorada por las llamas entre efectos musicales y lumínicos.

Aunque a priori pudiera tratarse de un atávico ceremonial, este aliciente a la Noche de San Juan alcalaína tiene su origen en el año 1986 gracias a la iniciativa particular de Rafael García Medina quien se muestra confiado en que este gesto con la tradición permanezca para siempre entre los alcalaínos.

El impulsor de esta peculiar manera de aderezar la fiesta relata mientras contemplaba cómo la figura que había creado se consumía por el fuego: «Sobre la hoguera descolgaban unas maderas y unos harapos. Pensé que algo mío pendía de aquel cable. El viento siempre alcahueto me susurró. No te preocupes, le dije, que cada 23 de junio, en alas de la ilusión y la fantasía, y mientras mi cuerpo aguante seguiré subiendo uno a uno los treinta y cinco escalones del campanario, para asistir, cada noche de San Juan, a aquel reencuentro con las estrellas».

Fuente: El Mundo
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