El silencio reinó con el Yacente y la Soledad en la calle

Acertó quien le puso el nombre a la procesión del silencio, porque cuando marco la media noche el reloj del Ayuntamiento, las puertas de Consolación se abrían y Jesús Yacente, acompañado por su madre, la Soledad salían del templo. Por cada calle que pasaban se iba enmudeciendo. Solo las pesadas cadenas de los penitentes, coronados de espinas, del Gallardete de Jesús y un ronco tambor, rompían el silencio de la noche.

Por los costaleros del Dulce Nombre de Jesús, Cristo era llevado al sepulcro. Y costaleras de la Humildad eran las encargadas de que su madre, con la advocación de la Soledad de Nuestra Señora, le acompañase muy cerca, ya con la corona de espinas en sus manos y rota de dolor.

Acompañaban como es tradicional también los Apóstoles de Jesús, pero en esta ocasión con mantones morados y los rostrillos levantados. Al igual que los soldados del Ecce-Homo que en dicha procesión también llevan los rostrillos levantados también en señal de luto.

No eran muchos los fieles que veían la procesión en su discurrir por el Llanillo, pero si los que la acompañaban con velas en su recorrido. Pero sin duda alguna momentos únicos con ese silencio y sobriedad los que se vivieron en esas primeras horas del Sábado Santo.
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